Thursday, June 24, 2010



El Oriente me asusta, me intriga, me llama.

Me gustaba mucho ir con mi Abue Mari y Ponchito a un " Café de Chinos " que quedaba por la casa. Pasaba las vacaciones de verano en la novedad de la ciudad, probando comida y vistas.Cuando abría la puerta de madera blanca sonaba una campanita,La luz daba un tono verdoso a la alfombra roja y los muebles blancos; siempre me pedían elegir la mesa.

Una tarde también de verano pero muchos años después, el señor Alex me platicó de su viaje a Tokio mientras comíamos en un restaurante Chino, negro y rojo con poca luz natural. Todo era muy lujoso, comí muy poco de los muchos platillos que había en la mesa.El señor Alex me caía gordo, pero me regaló unas postales muy padres de Japón.

En una muestra de cine, vi una película Coreana, donde dos niñas en un parque compraban patas de puerco fritas. Pensé que todo era muy estético, hasta las tomas de las patas.

El día que me espanté, fue una vez que llegué a la central y vi a un humano muy joven, no he podido aseverar si era hombre o mujer. Tenía una cara perfecta como retrato antigüo, piel nívea, tersa y rasgos marcadamente orientales. Cuando entré a la sala de espera, dejó de hablar con su amiga y sentí como su mirada pesada y seria se fijaba en mis pasos. Yo venía de prisa y me quedé pasmada como si hubiera visto un fantasma. Compré mi boleto y subí al camión. Deseé jamás volverl@ a ver.

Cuando vaya a China no quiero que llueva mucho, en Japón beberé tanto té hasta ver gatos. Y usaré ropa verde y azul.

Que inmensa es China, que árbol es Japón.

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